EL PRIMER BESO
A Gabriel García Márquez,
in memoriam
Descubrí
a Gabriel García Márquez con catorce años cuando, por azar, cayó
en mis manos Cien años de soledad. La novela me enganchó
desde la primera página. Por aquella época yo no había oído una
sola palabra de Realismo mágico, del Boom de la Narrativa
hispanoamericana y, seguramente, no entendí mucho del significado
profundo de esta obra magistral. Pero ese Macondo irreal y cierto a
la vez , esos personajes tan vivos y atormentados me cautivaron.
Sentí devoción por aquel mundo rural que, seguramente, nada tenía
que ver con el mío pero en el que yo, de alguna manera, detectaba
similitudes. Paseé con las mujeres Buendía por el corredor de las
begonias, me sorprendí con los hallazgos del gitano Melquiades y la
lluvia, tan presente en mi espacio, empezó a resultarme fascinante.
Estoy segura de que esta lectura (también otras anteriores e
inmediatamente posteriores) influyó de forma determinante en el
hecho de que, ya con una edad tan temprana, supiera que nada había
en la vida que me gustara tanto como la Literatura. Terminada esta,
de nuevo el azar hizo llegar a mí otra obra de Márquez: La
increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada . El azar se llamaba Hilario y era mi abuelo paterno,
un hombre del campo, oficialmente sin estudios, pero lector
infatigable y con muy buen criterio. Más tarde, otros autores y
otras ocupaciones llenaron mi tiempo y mis anhelos y la confusa
adolescencia dio paso a la primera juventud, con largas épocas de
sequía lectora pero abundante vida social.
Bastante
años después, frente a una taza de café, en el bar de la antigua
Facultad de Filología en el Caserón de San Vicente, hablaba con un
amigo del descubrimiento del autor colombiano y del impacto que me
había causado esa primera lectura suya. Él me preguntó si
recordaba cómo empezaba la obra. Le confesé que no, en ese momento
no me acordaba de ese, hoy archiconocido, comienzo. Entonces me
refrescó la memoria. Pronunció las que, para mí, en ese momento,
resultaron palabras mágicas "Muchos años después, frente
al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo”. Me emocioné. Evoqué esas indescriptibles sensaciones
que la obra había provocado en mí en esa etapa de la vida tan
desamparada y bulliciosa. Sentí un gran deseo de volver a esta
novela, de revivir todas aquellas impresiones. Y entonces hallé la
comparación que mejor expresaba lo que en ese momento sentía. Le
confesé a mi interlocutor que había experimentado una emoción tan
grande como si me hubiera recordado el primer beso. Él, escritor en
ciernes, me dijo que ese le parecía el mejor halago que se le podía
hacer a un autor; que, seguramente, al propio Gabriel García
Márquez le encantaría oír estas palabras dedicadas a una obra
suya.
Nunca
tuve la oportunidad de decírselas. Tampoco la busqué. Solo lo vi
una vez, cuando vino al Campoamor acompañando a su amigo Álvaro
Mutis que recibía el premio Príncipe de Asturias de las letras. Yo
era una más entre los cientos de personas que se arremolinaban allí
para ver a los distintos personajes que desfilaban por la alfombra
azul. Aunque hubiera pasado a mi lado no me habría atrevido a
decírselo. Mi modestia me advertía de que, seguramente, estaba
cansado de elogios mucho mejores que este ingenuo recuerdo de
adolescencia.
Han transcurrido muchos
años desde entonces. Releí la novela varias veces. Leí otras
muchas del autor que me parecen tan buenas o mejores que esta. Creo
saber lo que es el Realismo mágico, conozco el sentido profundo de
la obra (o el que los críticos conjeturan es el sentido profundo) y
mis conocimientos literarios son un poco (solo un poco) mas amplios
de lo que eran entonces. Pero hoy me sigue gustando recordar aquella
sensación que esta primera lectura dejó en mí. Hoy, que ya tengo
tantas cosas que recordar que casi no sabría decir si hubo alguna
vez un primer beso.
Pilar Arnaldo
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