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martes, 22 de abril de 2014

El primer beso

EL PRIMER BESO
A Gabriel García Márquez, in memoriam

Descubrí a Gabriel García Márquez con catorce años cuando, por azar, cayó en mis manos Cien años de soledad. La novela me enganchó desde la primera página. Por aquella época yo no había oído una sola palabra de Realismo mágico, del Boom de la Narrativa hispanoamericana y, seguramente, no entendí mucho del significado profundo de esta obra magistral. Pero ese Macondo irreal y cierto a la vez , esos personajes tan vivos y atormentados me cautivaron. Sentí devoción por aquel mundo rural que, seguramente, nada tenía que ver con el mío pero en el que yo, de alguna manera, detectaba similitudes. Paseé con las mujeres Buendía por el corredor de las begonias, me sorprendí con los hallazgos del gitano Melquiades y la lluvia, tan presente en mi espacio, empezó a resultarme fascinante. Estoy segura de que esta lectura (también otras anteriores e inmediatamente posteriores) influyó de forma determinante en el hecho de que, ya con una edad tan temprana, supiera que nada había en la vida que me gustara tanto como la Literatura. Terminada esta, de nuevo el azar hizo llegar a mí otra obra de Márquez: La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada . El azar se llamaba Hilario y era mi abuelo paterno, un hombre del campo, oficialmente sin estudios, pero lector infatigable y con muy buen criterio. Más tarde, otros autores y otras ocupaciones llenaron mi tiempo y mis anhelos y la confusa adolescencia dio paso a la primera juventud, con largas épocas de sequía lectora pero abundante vida social.


Bastante años después, frente a una taza de café, en el bar de la antigua Facultad de Filología en el Caserón de San Vicente, hablaba con un amigo del descubrimiento del autor colombiano y del impacto que me había causado esa primera lectura suya. Él me preguntó si recordaba cómo empezaba la obra. Le confesé que no, en ese momento no me acordaba de ese, hoy archiconocido, comienzo. Entonces me refrescó la memoria. Pronunció las que, para mí, en ese momento, resultaron palabras mágicas "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Me emocioné. Evoqué esas indescriptibles sensaciones que la obra había provocado en mí en esa etapa de la vida tan desamparada y bulliciosa. Sentí un gran deseo de volver a esta novela, de revivir todas aquellas impresiones. Y entonces hallé la comparación que mejor expresaba lo que en ese momento sentía. Le confesé a mi interlocutor que había experimentado una emoción tan grande como si me hubiera recordado el primer beso. Él, escritor en ciernes, me dijo que ese le parecía el mejor halago que se le podía hacer a un autor; que, seguramente, al propio Gabriel García Márquez le encantaría oír estas palabras dedicadas a una obra suya.
Nunca tuve la oportunidad de decírselas. Tampoco la busqué. Solo lo vi una vez, cuando vino al Campoamor acompañando a su amigo Álvaro Mutis que recibía el premio Príncipe de Asturias de las letras. Yo era una más entre los cientos de personas que se arremolinaban allí para ver a los distintos personajes que desfilaban por la alfombra azul. Aunque hubiera pasado a mi lado no me habría atrevido a decírselo. Mi modestia me advertía de que, seguramente, estaba cansado de elogios mucho mejores que este ingenuo recuerdo de adolescencia.
Han transcurrido muchos años desde entonces. Releí la novela varias veces. Leí otras muchas del autor que me parecen tan buenas o mejores que esta. Creo saber lo que es el Realismo mágico, conozco el sentido profundo de la obra (o el que los críticos conjeturan es el sentido profundo) y mis conocimientos literarios son un poco (solo un poco) mas amplios de lo que eran entonces. Pero hoy me sigue gustando recordar aquella sensación que esta primera lectura dejó en mí. Hoy, que ya tengo tantas cosas que recordar que casi no sabría decir si hubo alguna vez un primer beso.



Pilar Arnaldo

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